Hace unas semanas se produjo el fallecimiento de una mujer en Irlanda debido a que los médicos se negaron a practicarle un aborto, ilegal
según las leyes irlandesas. Lo grande del caso es que no había posibilidad de
salvar al feto de ninguna manera: los médicos ya habían determinado que se
trataba de un embarazo inviable.
Sin embargo, pese al deterioro evidente de la salud de la
madre, los médicos se negaron a realizar la intervención que hubiera salvado su
vida. ¿El motivo? Mientras el corazón del feto latiera, no había nada que
hacer. Te jodes.
Cuando finalmente ese corazón dejó de latir, para la madre
ya era demasiado tarde. Falleció de septicemia, una infección generalizada
provocada por falta de atención médica, algo que parecía olvidado en la moderna
Europa desde hacía ya muchos siglos, cuando las personas morían por culpa de la
falta de higiene, la ignorancia y las supersticiones.
Irlanda es un país católico, que impone legalmente esa moral
a todas las personas que residen allí, independientemente, como en el caso de
la mujer que nos ocupa, de la religión que profesen. La mujer era hindú, con lo
que empezamos a rozar lo absurdo. A una persona de otra religión se le imponen
unas leyes basadas en principios morales que le son totalmente ajenos. ¿No
entra esto en conflicto con la libertad religiosa? ¿Por qué debe imperar la
moral católica frente a la de otras confesiones? Porque así son las leyes de
Irlanda, me diréis. Y así son, efectivamente, incluso cuando esas leyes
provocan una muerte. Leyes asesinas, igual de irlandesas que la Guinness. Leyessimilares a las que nos quieren imponer aquí, en la moderna España. Leyes morales impuestas por cojones, una
auténtica inmoralidad, vamos.
¿Por qué seguimos consintiendo que según qué leyes sigan
redactándose al gusto de las autoridades eclesiásticas, igual que pasaba en la
Edad Media? ¿No ha muerto ya por culpa de la religión, de cualquier religión,
suficiente gente? ¿Tenemos que seguir igual que hace diez siglos pese a estar en
pleno 2012?
Bienvenidos a Radio Tocata, un lugar en el que defendemos
que en el útero de la mujer (igual que en el resto de su cuerpo) sólo mande
ella y, como leímos una vez en un muro, estamos hasta los ovarios de tantos
cojones, especialmente de los religiosos.
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